Con las manos delineaste en tu espíritu
un altar incorrupto
y simulaste al universo
desde tus ojos al verso.
Cítara sin prorrogas y tus dedos concibiendo
cadencias de colores y compases
pactando brío y balbuceos de ebriedad.
Whewell derrapó lágrimas sobre el tardío y
flemático rostro del reproche,
y los labios de la meretriz insatisfecha
apura de la sórdida copa de Emerson,
la irreversible orfandad.
La rústica mesa emana olores a incienso y canela.
Mustio el desamparo y la adversidad vacila
pendida de la verdad relativa
mientras los pelícanos sobrevolaban la ingesta
de las revoluciones contemporáneas.
Plasmaste un irrestricto vínculo con el vacío
y en el rostro de la constelación esculpiste el beso.
Trascendiste la ofuscada y confusa personalidad de la roca
abrevando elixires reservados al lenguaje de lo inerme.
En Emerson y Kant los silbidos de la noche bailaron
una melodía diurna y etérea y temblaron tus dedos
al tomar del camino un trozo de heno seco.
Tus dardos entintados enlutaron el rostro del romancero
para erogarte la soledad y la invisibilidad del viento.
Hojas de hierba hay en el jardín
livianamente copulando en verano
y escapan los grises de sequía y
los pajizos de los estiajes.
Juan Espinoza Cuadra
Junio de 2009
México
un altar incorrupto
y simulaste al universo
desde tus ojos al verso.
Cítara sin prorrogas y tus dedos concibiendo
cadencias de colores y compases
pactando brío y balbuceos de ebriedad.
Whewell derrapó lágrimas sobre el tardío y
flemático rostro del reproche,
y los labios de la meretriz insatisfecha
apura de la sórdida copa de Emerson,
la irreversible orfandad.
La rústica mesa emana olores a incienso y canela.
Mustio el desamparo y la adversidad vacila
pendida de la verdad relativa
mientras los pelícanos sobrevolaban la ingesta
de las revoluciones contemporáneas.
Plasmaste un irrestricto vínculo con el vacío
y en el rostro de la constelación esculpiste el beso.
Trascendiste la ofuscada y confusa personalidad de la roca
abrevando elixires reservados al lenguaje de lo inerme.
En Emerson y Kant los silbidos de la noche bailaron
una melodía diurna y etérea y temblaron tus dedos
al tomar del camino un trozo de heno seco.
Tus dardos entintados enlutaron el rostro del romancero
para erogarte la soledad y la invisibilidad del viento.
Hojas de hierba hay en el jardín
livianamente copulando en verano
y escapan los grises de sequía y
los pajizos de los estiajes.
Juan Espinoza Cuadra
Junio de 2009
México
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