Te busco en las angostas calles que entonces refrendaron miradas, risas y ligeras conversaciones. En ellas jugamos a la infancia simulando un campo destinado a las más cruentas batallas de la adultez.
En las esquinas palpitaba mi corazón alocadamente mientras me acercaba a ti
aproximándonos casualmente bajo la excusa impuesta por los altos que nos impedían continuar el paso.
Y reanudábamos la vida a través de una cómplice sonrisa.
Al mirarme tus ojos nerviosos interpolé las cumbres de la Luna en innumerables aproximaciones antes de proseguir el paso.
Posteriormente, caminé por esas calles y ya no estabas a mi lado.
Cabizbajo recuerdo tu rostro en la pantalla heterogénea de la banqueta.
El amanecer es un buen momento para recordarte a través del canto de las aves, de los gritos de los chamacos dirigiéndose a la escuela y de las recomendaciones altisonantes de sus padres.
Probablemente somos una combinación de cotidianeidad y asombrosas extrapolaciones al abismo de los anhelos.
Busco en mi billetera la foto que me regalaste para confirmarme que no estás conmigo.
Hoy no te buscaré más, continuaré mi paso a solas, en silencio e insuflaré mi necesidad por ti al anochecer, cuando las miradas de los transeúntes no cuestionen las lagrimas desesperadas que se aferran a mis ojos.
El asfalto de esta mañana esta exageradamente húmedo.
El invierno se divisa en el celeste-gris con que el frío ha coloreado el entorno y tú sigues sin estar conmigo.
Me da temor que la vida se me escurra entre los dedos y que tú no estés para acopiar en tu bolsa de milagros la ilusión de ambos.
La duda es una historia que no tiene inicio ni fin.
La rememora un personaje abyecto abandonado en algún escondrijo maloliente del frenesí.
Estoy nuevamente acá, en las calles que anduvimos tantas veces aguardando tu decisión por mí.
Espero no tardes en tu ausencia.
Juan Espinoza Cuadra
México
Julio de 1999
En las esquinas palpitaba mi corazón alocadamente mientras me acercaba a ti
aproximándonos casualmente bajo la excusa impuesta por los altos que nos impedían continuar el paso.
Y reanudábamos la vida a través de una cómplice sonrisa.
Al mirarme tus ojos nerviosos interpolé las cumbres de la Luna en innumerables aproximaciones antes de proseguir el paso.
Posteriormente, caminé por esas calles y ya no estabas a mi lado.
Cabizbajo recuerdo tu rostro en la pantalla heterogénea de la banqueta.
El amanecer es un buen momento para recordarte a través del canto de las aves, de los gritos de los chamacos dirigiéndose a la escuela y de las recomendaciones altisonantes de sus padres.
Probablemente somos una combinación de cotidianeidad y asombrosas extrapolaciones al abismo de los anhelos.
Busco en mi billetera la foto que me regalaste para confirmarme que no estás conmigo.
Hoy no te buscaré más, continuaré mi paso a solas, en silencio e insuflaré mi necesidad por ti al anochecer, cuando las miradas de los transeúntes no cuestionen las lagrimas desesperadas que se aferran a mis ojos.
El asfalto de esta mañana esta exageradamente húmedo.
El invierno se divisa en el celeste-gris con que el frío ha coloreado el entorno y tú sigues sin estar conmigo.
Me da temor que la vida se me escurra entre los dedos y que tú no estés para acopiar en tu bolsa de milagros la ilusión de ambos.
La duda es una historia que no tiene inicio ni fin.
La rememora un personaje abyecto abandonado en algún escondrijo maloliente del frenesí.
Estoy nuevamente acá, en las calles que anduvimos tantas veces aguardando tu decisión por mí.
Espero no tardes en tu ausencia.
Juan Espinoza Cuadra
México
Julio de 1999
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