miércoles, enero 20, 2010

Mis dedos en tu encrucijada..


Al cerrar la puerta y quedar ambos a disposición del espacio proscrito,
mis pasos lentos, a propósito, me acercaron a ti,
e insinuante dejaste escapar el temblor de tus manos
a través del brillante borde de la copa de cristal,
y el sonido sosegó tu respiración apresada entre mis labios.
Te transformaste en sudorosa acuarela de fulgentes colores,
bailando tus senos tatuados de cuerpos celestes
una danza de atardecer violento y noche de descargo y recompensa.
En tu voz lúdica y estrangulada se escribió la primera anécdota
de nuestra historia clandestina.
Despojarte de los variopintos pétalos que escondían tu piel
dejo de ser una especulación para mudar a descifrarte total,
de lo abismalmente etérea transfiguraste a cálida humedad,
manada desde tus ojos con el atavío suplicante de irrumpirme en ti.
Mi vestidura quedo sobre la alfombra de colores viejos,
y se extravió el pasado en el cañada que bautice con tus huellas.
Te percibí cálida ráfaga de aire veraniego sobre aguas verdeazules,
te descubrí frontera carente para delimitar nuestro acto de lascivia,
te avisté cabalgante y atrapándome entre tus rodillas.
Trazos azules en la demarcación misma de tus caderas
coloco con el beso que he guardado desde el occidente de mis costillas.
Sin ropas ni argumentos acércate a mi árbol de los homenajes
y que el afán delire y se embriague la cópula y se apareé tu pelo al aire
y tu resquicio con mi cuerpo enajenadamente turbado.
Que los néctares te abunden, te llenen e inviten montar al Unicornio
al unísono de sus bramidos.
En tu encrucijada coloco mis dedos distantes y deletreo tu nombre.


Juan Espinoza Cuadra
México
Enero 20, MMX

sábado, enero 16, 2010

Es para ti...



Si no me hubiera despedido aquella tarde de Sol abrasador,
en la que el calor por ti ardía en mi sangre,
y palpitaba en mis dilatadas venas.
Fervor exaltado por el verano y por los besos
que no encontré en tus labios.
Y si te hubiera dicho lo que sentía por ti, haber tomado tu mano,
posarla en mi pecho, deshacerme de las conjunciones del idioma
y arrebatarte de la vida para mí.
Cuando partiste sin despedirte me derrumbe sobre una playa lejana,
y recorde las pocas veces que pude estar contigo.
Aquella noche, sobre todo, cuando me invitaste a bailar,
la melodía que no recuerdas y que no puedo olvidar,
y el aroma de tu cuerpo y tu mirada que me recorrió pleno.
Era tuyo y no te quedaste conmigo.
Las interrogantes que hoy extiendo en mi escritorio, no son tuyas.
El viento agita los arboles de tu calle con la misma intensidad
con la que tu recuerdo sacude el pasto de la casa que no tuvimos.
Somos un eco que se parte entre las solitarias y desiertas montañas,
un ruido que habita tu piel y rumia soledad y masca olvido.
No tuve el valor de confesarme ante ti, ni tú pudiste sincerarte.
Te quería expresiva, inundada, desmesurada y... callaste, y ahora,
las gaviotas revolotean nuestros techos asimétricos, adimensionales, espectrales... y vagamos por los acueductos
pintando recuerdos en las húmedas paredes.
Hoy te hago mía cada noche, en mis sueños,
porque no me diste la oportunidad
de regalarte un acorde de lluvia y con él tatuar tus senos.
Mis manos se deshacen al derramarse por tus caderas,
manoseando caricias que yacen muertas por los años
que no has estado conmigo.
Te fuiste volando solitaria en una hoja seca y
sigo sentado ante el atardecer,
aguardando una ráfaga de viento y te deposite en mis manos.
Estoy descalzo con mi camisa blanca,
la barba crecida y los ojos pintados de un abstracto desconocido,
aguardando a que pongas en tu mesa de roble
mi botella de vino.


Juan Espinoza Cuadra
México
16 de Enero de MMX

martes, enero 12, 2010

Vamos a bailar...


Desde mi entrada al salón insistí en encontrarte
y te hallé tal cual lo había imaginado…
irremediablemente deslumbrante enfundada
en el ajustado vestido color rosa que resaltaba
el amazónico azabache de tu largo y negro pelo.
Me detuve mientras elevabas tus ojos hacia mí
y sentada me contemplaste desde el brillo
exacerbado por los destellos del entorno de tus pupilas.
Tus ojos me hicieron un recuento exacto de todos los besos
de todos los abrazos, de todos los sueños
en la historia que tu habías compilado de ambos.
Mi mirada te recorrió tal cual extensa al ponerte en pie
y tu silueta en el ámbito mismo del contorno de tus caderas
provoco un escalamiento de suspiros reprimidos y
extendí mi mano y tu regresaste la refulgente copa de vino tinto
e invadiste con un vórtice de golpeteo sanguíneo con tu mano.
Te acercaste hundiendo tu mirada en mis ojos
provocativa insinuando al acercarte tus rojos labios
y percibí el húmedo y cítrico rocío de tu perfume,
temblaron mis labios al ritmo y cadencia
de la música suave que te envolvía y centelleaba
alrededor tuyo.
Te tome de la cintura y distinguí tu jadeante respiración
en mi cuello mientras tus brazos
se posaban delicadamente en mis hombros.
La eternidad dejo de ser un término ocioso
tras los dóciles movimientos de tu cuerpo,
y las armonías de mi baile contigo al cerrar mis ojos
me provocan un sutil éxtasis cuando no estoy contigo.


Juan Espinoza Cuadra
Mexico
Noviembre de 2009

viernes, enero 08, 2010

Ahí estuve…


Ahí estuve de nuevo entre mis recuerdos y los abrazos
entre los rostros del pasado y que aún persisten,
asociándome sin querer y batallando contra el peso de las cosas,
caminando las antiguas calles que se deshacen en colores nuevos
e inexistentes a lo lejos,
idos y vaciados en la lejanía.
Son mis tías las diosas de los guardados besos en mis mejillas de niño
son mis primas divas danzantes en los callejones del tiempo,
mis hermanos y primos cuales antecedentes
de rostros que persisten por no perderse,
y yo cada vez mas pareciéndome con los años a mi padre, a mi abuelo
y cada vez acercándome a la simiente de los míos, sin querer,
sin proponérmelo, inevitablemente sanguíneo.
Los hijos que van dejando de ser niños y los amigos y amigas
que andan los caminos de las hormigas enarbolando banderas sin escudos
señalando con sus dedos sin anillos hacia donde explotan los arcoíris.
Y el olor a café recién hecho abrazando de recuerdos la tarde, la vida,
y cada amor y cada mujer transitando del otro lado de la banqueta
caminando a la distancia el rumiante amor que se ciñe al alma.
No bastan los celos para abrir una nueva herida al desamor
cuando basta el cansancio de las nubes para pintar de gris claro
la tarde que avecina.
Y la despedida es otra faceta diáfana en el rostro perdurable
de los afectos que nuevamente quedan a la deriva.
Al final del día se recuerdan las hermanas que no están y
que han hecho de los divanes sus guaridas,
empapeladas de periódicos amarillos y de letras que aun vivas
persisten en proseguir muertas.


Juan Espinoza Cuadra
México
8 de Enero de MMX