viernes, diciembre 10, 2010

El Nazareno...

Las imágenes de un cristo ensangrentado
de rostro, piernas, brazos,
no es un recuerdo que corresponda
a la magnanimidad de un hombre bueno.
Las imágenes variopintas de la crucifixión
de un ser humano ejemplo,
colgadas en los retrovisores de los camiones,
enganchadas en las paredes de los hogares,
es una escena abominable, inconsciente,
irreflexiva, degradante, cuestionable.
No es necesario el recuerdo de su exterminio
para perdurar el ejemplo y la enseñanza del galileo,
así como es inexcusable encontrarle
en el rostro sereno y a la vez aterrante
del hambre y la pobreza,
que padecemos,
en el estomago, la vida y
el pensamiento.
Su divinidad esta reflejada
en nuestro alter ego,
entonces, ¿la divinidad es algo cierto?,
de ahí, los ecos vagan en las proximidades
de un límite incierto.
Amén de que las estrellas golpeén distantes
el tono de las púpilas del Maestro,
todo es silencio en la angustia
del desconocimiento.
Él radica sentenciosamente
en la oración personal
y poluciona su voz la áridez del misterio,
que redobla su entorno y
vierte ha incógnita magna,
y la Fé perdura tal ecuación indecifrable,
impregnada de arduo trabajo y hastío.
Jesús vive en la medida que vive
el chasquido irrisorio de los dedos,
para los andantes de veredas
matizadas de secretos.
El ícono deambula solitario y vagabundo,
brazos abiertos y ojos sollozantes,
los azares de una dimensión finita y terminable.

Juan Espinoza Cuadra
México
Diciembre de MMX