viernes, septiembre 24, 2010

El legionario de los atardeceres...

Las sombras debaten el grado de albor
que tamiza el techo de vigas de madera,
la oscuridad que asalta el barrunto
de las lozetas de barro cocido,
la conjura que se disputa en los atisbos
de los portales clandestinos…
por ahí anda algún postulante a fantasma
agitando los brazos espantando la alborada.
Bajo un cipres la sibilina lee los caracoles
mientras el aire agita su vestidura escarlata,
en tanto las voces de los chamanes
descienden desde el humo inviolable de la cábala.
El hado y la eventualidad son como hojas secas
esparcidas por el viento en una calle deshabitada,
en una avenida engordada por la fatalidad y la cautela.
Los contornos del hombre no dejan de ser
los trinos mercenarios de un orfebre en desgracia,
de un apostata de la tempestad conjurando
la tranquilidad embargada del mar.
El legionario de los atardeceres
se sienta en la húmedad de la selva
a degustar la savia tardía y aletargada,
a catar los recuerdos que acentúan y
acotan cada episodio de su vida.
En los contornos tenues que ahogan al día
una voz con pies anteriores transita sonidos nuevos,
rostro descubierto al posar las manos en fuego,
cuerpo permeable y taciturno, manifiesto y predecesor,
esotérica e íntima, mujer preñada de lluvia.
Colinda la profecía con el gusto por las proximidades.


Juan Espinoza Cuadra
México
Septiembre de MMX